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AGOSTO 2009
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Entrevista a un Mocoví

El 7 de enero fuimos recibidos en la casa de JUAN SALTEÑO, un Mocoví que vive en el gran Buenos Aires y gentilmente nos concedió una entrevista, gesto que agradecemos profundamente ya que nos permite conocer más profundamente la situación de su comunidad.



 


Juan tiene 39 años, nació en el asentamiento LAS TOLDERÍAS, en la provincia de Chaco. Hijo de madre y padre Mocoví, vivió allí junto a sus cinco hermanos hasta la edad de veinte años, cuando un tío que trabajaba en Buenos Aires lo trajo a la ciudad donde poco a poco se abrió camino y se hizo uno más de nosotros, los habitantes del conurbano bonaerense.

Empezamos preguntándole sobre sus raíces, sus ancestros, nos cuenta vagos recuerdos de historias que le han contado sus mayores. Nació y vivió siempre en el mismo lugar, un asentamiento donde sus antepasados alzaron sus primeras viviendas, tolderías, construidas de madera y techos de paja que con el tiempo se transformaron en pequeñas casas de paredes de barro, antes de conocer el adobe. Relacionado al tema de las viviendas, inmediatamente surge el fantasma del mal de chagas en la conversación. Juan nos cuenta que “el bicho” –la vinchuca-, aprovecha los resquicios que dejan las paredes de barro y los techos de paja para reproducirse y así se convierte en uno de los peores males que azotan a las comunidades aborígenes. Y preguntamos si existen allí unidades sanitarias… “sí, existen – responde y luego hace una pausa tan doliente como un lamento-, pero pasa como en todos lados… la unidad sanitaria no tiene remedios, ni elementos para curar a la gente, así que no sirve de nada”. Nos cuenta que el hospital más cercano está aproximadamente a 50 kilómetros, yendo por “la picada” –nombre que le dan a las sendas que tejen ellos mismos con sus pisadas al atravesar los montes. La misma picada por la que se encaminan cuando salen llenos de esperanzas, cargados de sus artesanías para venderlas o intercambiarlas por víveres en otros pueblos. Y son tantas nuestras preguntas! Queremos que él nos ponga en los ojos las imágenes que se disparan de sus palabras. Queremos saber de qué viven, cómo es su economía, y las respuestas son confusas. Claro, porque nadie allí tiene una economía estable, no existe una fuente de trabajo constante. Cada uno vive como puede, intentando sustentar a su familia muchas veces asumiendo tareas riesgosas, como son las de “banderillero”. BANDERILLERO… Nosotros nos miramos, la palabra se nos clava en el alma. Hace tiempo nos llegó un informe sobre los niños que trabajan de banderas humanas en los sembrados. Con banderas se paran en los campos señalando a las avionetas fumigadoras dónde volcar el veneno: sobre ellos. Hemos visto fotografías de pequeños menores de seis años, con las caritas quemadas, peladitos, sin pestañas a causa del veneno mortal que los baña e inhalan día a día. Sabemos que muchos niños y adultos han muerto por esta causa, que los que aun viven están lisiados…

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